martes, 5 de enero de 2010

lo más bonito, quizá lo único, de la Navidad sin duda es el momento en que te sientas a envolver todos los regalos. Sean muchos, pocos, grandes, pequeños, en perfectas cajas cuadradas o completamente deformes, te pones delante con el papel de colores, el celo y las tijeras, respiras hondo y 'a ver por donde empiezo'. Personalmente, mientras los voy colocando y recolocando para que queden lo más estupendo posible, de forma inevitable me vienen mil recuerdos de cuando era _más_ pequeña y tenía que destrozar los papeles rápidamente para conocer el contenido. Recuerdo que la mañana de Reyes era súper especial, por algún motivo. Me despertaba, me asomaba al salón y, con el corazón a punto de estallar, iba corriendo a despertar a mi madre para decirle que había un montón de cajas con lazos sobre el sofá. Se sentaba mientras yo los iba abriendo y, con la ventaja de ya conocer lo de dentro, me miraba y sonreía con cada uno de mis gestos. Ella siempre dice que era increíble verme sacando juguetes y sorprendiéndome con todos. Lo que no sabe es que yo también me acuerdo de la felicidad que mi felicidad le producía...
En realidad, creo que ser adulto está sobrevalorado.

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